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Brasil, el principio de un nuevo camino

Apenas ha pasado un mes y medio desde mi regreso de Cuba y mis pies ya me piden caminar de nuevo. Esta vez mi brújula marca como rumbo Brasil,  probablemente no será el destino final, de hecho ni siquiera estaba entre la planificación primera, ha sido más bien fruto de la casualidad y de ese dejarse fluir que es ir haciendo camino. Pero, sin duda, será el comienzo de una nueva página, de un recorrido que aún está por andar.
 
​Es jueves, 15 de noviembre de 2012, cinco de la mañana, Madrid se despierta frío y oscuro, aún no ha amanecido. El invierno se ha instalado hace días en sus calles, que a estas horas se presentan desiertas.
 
​La llegada al aeropuerto es rápida, tan solo 20 minutos y el proceso de facturación lo es aún más. Los mostradores automáticos me facilitan la tarjeta de embarque y en facturación dejo mi mochila de 37 litros. La persona que me atiende, me pregunta sorprendida si no llevo conmigo más equipaje, le parece insólito que para un destino tan lejano solo cargue conmigo una diminuta mochila.
 
Tras pasar el control, espero paciente mi vuelo que llega puntual, no tengo prisa, sé que me esperan 10 largas horas en el aeropuerto de Frankfurt hasta mi próxima conexión que me llevará a Río de Janeiro.
​El reloj parece haberse detenido en Frankfurt, el tiempo se hace lento y pesado, tengo la impresión de haberme recorrido cada rincón del enorme aeropuerto más de veinte veces. Intento no quedarme dormida, prefiero hacerlo en las 14 horas de vuelo que me aguardan hasta llegar a Río.
Río me despierta con un color gris y el suelo mojado de una lluvia reciente, que disipa mi idea de sol y buen tiempo, incluso no percibo el calor sofocante que me esperaba, muy al contrario cuando salgo a la calle el clima es agradable e incluso suave.

​Tengo ganas de descubrir la ciudad, así que nada me importa la amenaza de lluvia, dejo mi equipaje en mi nueva residencia y salgo a las calles de Tijuca, uno de los barrios de clase media de la ciudad. Muy cerca se encuentra una de las favelas o comunidades ya pacificadas por la policía militar.
 
Imprescindible

*Pasear por las calles del bohemio barrio de Santa Teresa y cenar en alguno de sus restaurantes con vistas a la ciudad.

*Disfrutar de la noche carioca en el barrio de Lapa, en alguno de los innumerables locales con música en directo.

*Visitar alguna de las favelas ya pacificadas y empaparse de su estilo de vida.

*Practicar ala delta o parapente en la playa de Pepino.

*Escaparse de las masificadas playas de Copacabana e Ipanema y engancharse con el ambiente local y la naturaleza de Prainha, Grumari y Recreio dos Bandeirantes.

*Ver el atardecer desde Corcovado, con el Cristo Redentor de fondo.

*Subir hasta Pão de Azúcar y contemplar las vistas de Botafogo, la playa de Urca y la bahía.

*Subir la Escadaria Selarón y charlar con su autor, el artista chileno, Jorge Celarón.

Complexo de Alemao, favela

Lo primero que quiero es explorar, testar el ritmo de la calle. Una cuesta empinada me sube hasta lo alto de la colina o morro, como les llaman aquí, donde se ubica la favela, una colmena de infraviviendas que hasta hace poco tiempo no disponía de los servicios más básicos. Hoy, tras su pacificación cuenta con un sistema de alcantarillado y luz eléctrica. Incluso se puede ver a trabajadores voluntarios que se encargan del servicio de basura y de mantener limpias las calles. El correo no llega a cada vivienda, no existe una dirección legal, por tanto, un buzón común es el depositario de las cartas de todos los moradores de la comunidad.

 

​No tengo sensación de peligro, de hecho ni siquiera los vecinos de la favela me miran con extrañeza, en realidad se asemeja a un pequeño pueblecito encaramado en lo alto de una colina, con sus casas pequeñas y de ladrillo. Lo único que hace presuponer un pasado violento es la presencia policial, equipada con chalecos antibalas y armas. Se trata de los agentes de la Unidad de Policía Pacificadora, cuyo cometido es tomar el control de las comunidades para erradicar la violencia y la delincuencia.

 

El 22% de la población carioca vive en estas barriadas de infraviviendas, un fenómeno que se extiende a lo largo y ancho de todo Brasil. La proximidad del Mundial de Fútbol en 2014 y los Juegos Olímpicos, que se celebrarán en 2016 ha hecho intensificar la intervención del Gobierno para procurar la seguridad en las favelas y acabar con los episodios violentos. Hasta el momento son 30 las comunidades pacificadas en Río de Janeiro. Una de ellas, la que hasta hace un tiempo era considerada la más grande de Brasil, Rocinha, se ha convertido incluso en una atracción turística, agencias de turismo ofrecen visitas guiadas por sus calles. Un fenómeno que muy posiblemente se extenderá al resto de favelas pacificadas y en un futuro no muy lejano será un denominador común entre todas ellas. En comunidades como la de Alemão, tras su pacificación en 2010, un teleférico recorre la favela de un extremo a otro.
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